Un mal pensamiento nos puede enfermar y uno bueno, curar.
Esto es comprensible imaginando nuestra dinámica mental como lo que es cientĂficamente: actividad electro-quĂmica.
Nuestras neuronas se intercomunican formando redes de conexiones que dan lugar a lo que conocemos como “pensamientos” y cuando nuestro cerebro ha perseverado en ellos concibiĂ©ndolos en su tipo: alegres, agresivos, crĂticos, etc., el hipotálamo, (la gran central quĂmica procesadora cerebral) los convierte en hormonas (pĂ©ptidos) vinculados al mismo tipo de pensamiento que estamos teniendo; lo que conocemos como emociones.
Dichos péptidos segregados o emociones, se mezclan en nuestra sangre reaccionando y viajan por ella transmitiéndonos lo que llamamos “sensaciones”.
Por eso nos sentimos alegres, tristes o inquietos como respuesta a nuestros pensamientos.
Desgraciadamente la mayorĂa de las personas desconoce la maquinaria bioquĂmica y no puede controlar que esas sustancias cuando están vinculadas a pensamientos destructivos (estrĂ©s, desconfianza, preocupaciĂłn) funcionen perjudicialmente en nuestro organismo: nuestro hipotálamo reaccionará ante ellos generando una quĂmica que en exceso es nociva para nuestro sistema inmunolĂłgico. Su reincidencia es enfermedad segura.
Debemos centrarnos en el proceso inverso: los pensamientos positivos producen hormonas endorfinas placenteras que transmiten calma, tranquilidad, etc., aumentando nuestra calidad de vida.
Y ahora que lo sabemos, pensemos positivamente.